Cuando todo
parecía que Robert Bauval había encontrado la
solución al enigma de las pirámides egipcias con su
revolucionaria teoría de Orión, señalando que estos
monumentos reconstruían el cielo de la meseta
correspondiente al 10.500 a. de C., todo daba un nuevo giro
a la investigación. Pasan los años, y el tiempo sigue dando
la razón a Bauval.
Robert Bauval, ingeniero de profesión, caminaba entre las
salas del caótico Museo Egipcio de El Cairo. Un paseo más
entre los muchos que había dado por el mismo lugar
recordando el glorioso pasado que hace miles de años iluminó
el fértil Valle del Nilo. Sobre una de las paredes de la
sala que alberga la impresionante estatua en diorita del
faraón Kefrén (ca. 2550 a. de C.), Bauval se percató de la
existencia de una gran fotografía aérea que mostraba los
vértices de las tres pirámides de la meseta de Gizeh, las de
Keops (ca. 2575 a. de C.), Kefrén y Micerinos (ca. 2500 a.
de C.).
Parecía insólito,
pero era la primera vez que se percataba de la existencia de
esta inmensa fotografía, que tomada por la fuerza aérea
egipcia en la década de los años 50.
Desde esa vista
cenital, era mucho más claro que las tres mastodónticas
construcciones no estaban alineadas, sino que la más pequeña
de todas, la que pertenecía al faraón Micerinos, se desviaba
de la diagonal que unía a sus dos hermanas mayores. “El
desvío se notaba tanto como un cuadro torcido en una pared”
-comentó el propio Bauval. Este singular encuentro cambiaría
radicalmente la vida de este ingeniero angloegipcio.
Poco después,
mientras desarrollaba su trabajo en Arabia Saudí, alcanzó su
descubrimiento más importante. Era una noche de verano
cuando Bauval y su familia, acompañados de unos amigos,
decidieron salir al desierto de las afueras de Riyad para
disfrutar de la temperatura agradable de una noche estival.
Fue entonces cuando, mirando al cielo, Bauval realizó uno de
los descubrimientos más importantes de este siglo, hallazgo
que dejó boquiabierta, incluso, a la más ortodoxa
egiptología. Y es que, sorprendentemente, la estructura
que poseían las tres estrellas que componen el cinturón de
la constelación de Orión, era exactamente idéntico a la
configuración de las tres pirámides de la meseta de Gizeh.
Corría el año 1983 y todo no había hecho más que empezar.
Comienzo
de una odisea
Este hallazgo, aparentemente trivial, arrastró a Bauval a
una sucesión de acontecimientos que ni él mismo esperaba;
casi una década de trabajo dedicada a la investigación para
intentar resolver uno de los misterios más penetrantes de la
Antigüedad: ¿por qué se construyeron las pirámides y qué
significado tenían estos monumentos para los antiguos
egipcios?
El primer
adelanto de su trabajo fue expuesto al público especializado
en 1989, cuando escribió para la prestigiosa revista
egiptológica londinense Discussions in Egyptology, un
artículo que llevaba por título "A master-plan for the
three pyramids of Giza based on the configuration of the
three stars of the belt of Orion" ("Un plan maestro para
las tres pirámides de Giza, basado en la configuración de
las tres estrellas del cinturón de Orión"). Este primer paso
dentro de la egiptología tradicional le sirvió para obtener
el respeto y la admiración de egiptólogos tan prestigiosos
como I. Eiddon S. Edwards del Museo Británico de Londres
(1909-1996) o Jaromir Malek de la Universidad de Oxford. El
fruto de su trabajo fue vertido en un libro que en poco
tiempo se convirtió en un auténtico bestseller, y que
llevaba por título El Misterio de Orión
(Emecé, Barcelona 1995).
De demostrarse la
certeza de la teoría de Bauval, podría considerarse como una
de las pruebas definitivas que relacionaran, al fin de
manera científica, las misteriosas construcciones
piramidales egipcias con una función astronómica específica.
Pero no sólo vincula la construcción de los monumentos de
Gizeh con el cinturón de Orión, sino que añade otras
relaciones no menos impresionantes que abarcan otras
pirámides de Egipto con otras estrellas de nuestro
firmamento.
Para demostrar su
hipótesis, Bauval ha hecho acopio de multitud de pruebas
arqueológicas y documentales. Según la teoría de este
ingeniero angloegipcio, la Gran Pirámide de Keops estaría
identificada con la estrella Zeta Orionis también
llamada Alnitak. La pirámide de Kefrén sería la estrella
Epsilon Orionis o Alnilam. Finalmente, la tercera de las
pirámides de la meseta de Gizeh, la de Micerinos, estaría
vinculada a Delta Orionis, denominada en ocasiones
Mintaca.
Para encuadrar
perfectamente las posiciones de las construcciones
terrestres con las estrellas de Orión, muy acertadamente
Bauval invirtió la polaridad Norte-Sur de un mapa
convencional moderno, colocando el Sur al Norte y viceversa,
de acuerdo a la noción del mundo que tenían los antiguos
egipcios y otros pueblos de la Antigüedad.
Un
descubrimiento asombroso
Pero
el increíble hallazgo de Bauval no se quedó en una simple
relación de parecidos entre unas construcciones terrestres y
la posición de una serie de estrellas de nuestro firmamento.
Eso no fue más que el comienzo de una gigantesca
investigación que le ayudó a encontrar otra serie de pruebas
que respaldaran sus hipótesis.
¿Cómo reaccionó
Bauval cuando se percató de que los mal llamados canales de
ventilación de las cámaras de la Gran Pirámide de Keops
estaban orientados hacia unas constelaciones y entre ellas a
la propia Orión? Este descubrimiento, que ya fue anunciado
por el arquitecto y también egiptólogo A. Badawy en los años
60, no hizo más que confirmar las sospechas de nuestro
ingeniero.
Ayudado de un
potente programa informático -el skyglobe 3.5.-, Bauval pudo
observar que en la supuesta época en la que se construyeron
las pirámides (ca. 2500 a. de C.) existían una serie de
vínculos astronómicos que, a ciencia cierta, no tenían nada
que ver en absoluto con la casualidad. Así, el canal Norte
de la llamada Cámara del Rey de la Gran Pirámide
estuvo orientado en esta fecha hacia la estrella alpha de la
constelación del Dragón, también llamada Tuban, y que en la
Antigüedad hacía las funciones de estrella polar para marcar
el Norte. El canal Sur de esta misma Cámara del Rey, estuvo
orientada hacia la estrella Zeta Orionis, es decir, aquella
que se identificaba con la propia pirámide de Keops.
Por su parte, los
canales de la Cámara de la Reina, estancia ubicada
inmediatamente debajo de la del Rey, también ofrecieron
sorprendentes descubrimientos a nuestro investigador. El
canal Norte estuvo orientado en esta fecha hacia la Osa
Menor y el Sur hacia la estrella Sirio, la más brillante de
la constelación del Can Mayor, y una de las más importantes
del panteón egipcio, ya que era identificada con la diosa
Isis, esposa de Osiris.
Según Bauval,
ayudado por su programa informático, el único momento en el
cual pudieron darse estas circunstancias arqueológicas debió
de estar entre los años 2475 y 2400 a. de C., datación que
puede acomodarse con ciertos matices a la fecha que la
egiptología tradicional propone para el reinado de Keops
-recordemos, entre el 2589 y 2566 el a. de C.
El entorno
arqueológico de la meseta de Gizeh también favorecía la
suposición de este ingeniero angloegipcio. Y es que, la
ubicación de las tres pirámides al Oeste del río Nilo
coincidía con la situación de la constelación de Orión al
Oeste de la Vía Láctea, lugar identificado por los antiguos
egipcios con el idílico Duat, una especie de "Paraíso"
adonde iban a parar después de renacer tras la muerte.
Pruebas
documentales
No solamente es
la arqueología la que parece dar la razón a la teoría de
Bauval. También, un estudio crítico de varios textos
funerarios egipcios pareció reafirmar sus planteamientos.
Entre las pruebas
documentales manejadas por este ingeniero se matizan las
relaciones existentes entre la constelación de Orión y su
homónimo dentro de la religión egipcia, el dios Osiris. Esta
circunstancia aparece perfectamente reflejada en los
llamados Textos de las Pirámides. La finalidad de
estos textos, escritos sobre las paredes de algunas
pirámides de las V, VI y VII dinastías, no es más que la de
proponer un compendio de fórmulas mágicas que tuvieran la
función de ayudar al faraón, una vez muerto, en su tránsito
por el Más Allá y facilitar su transformación en
ntr, una especie de divinidad o ser superior. Estos
documentos epigráficos son los más antiguos antecesores del
famoso Libro de los Muertos de los antiguos egipcios.
A todo este
batiburrillo teológico habría que añadir algún comentario a
la identificación que hacían los habitantes del Valle del
Nilo entre Osiris y Orión e Isis con Sirio, divinidades
emparentadas en la mitología egipcia por medio del
matrimonio, y muy relacionadas con las constelaciones a las
que apuntan los canales de las cámaras de la Gran Pirámide.
¿Nos encontramos ante algo más que una suposición teórica
al vincular la meseta de Gizeh con su homónimo estelar, el
cinturón de la constelación de Orión?
Más allá
de Gizeh
Sin embargo,
estos descubrimientos no han quedado huérfanos en la meseta
de Gizeh, sino que se han expandido a otras pirámides de
Egipto. Así, Bauval defiende la posibilidad de que el
gigantesco proyecto constructivo no se restringió al
cinturón de Orión sino que se expandió a otras estrellas de
la misma constelación hasta construir ésta sobre la
tierra. Por ejemplo, la pirámide del faraón Djedefre (ca.
2475 a. de C.), sita en la cercana localidad de Abou Rowash,
estaría identificada en el espacio con la estrella Kappa
Orionis, también llamada Saiph. También, la pirámide de
Nebka (ca. 2530 a. de C.), en la región de Zauyet el Aryan,
sería la estrella Gamma Orionis o Bellatrix.
Según esta
hipótesis quedarían por descubrir en el Valle del Nilo las
pirámides que desempeñaban el papel terrestre de las
estrellas Alpha, Beta y Lambda Orionis, con las que se
completarían las ocho grandes estrellas de la constelación
de Orión. A comienzos de 1998 un equipo de investigadores
británico comenzó la tarea, hasta ahora infructuosa, de la
búsqueda de estas nuevas pirámides.
Para poner un
broche de oro a tan fascinante teoría, Bauval extendió su
estudio a otros grupos monumentales, relacionándolos con
otras estrellas que no fueran de la constelación de Orión.
La posición, por ejemplo, de la pirámide de Esnofru en
Dashur con respecto a la meseta de Gizeh ha sido vinculada
con las Híadas, más en concreto con 311 Tauri y Aldebarán,
siendo ésta última la estrella que fue colocada por los
egipcios sobre la mano de la representación iconográfica de
Orión.
En el colmo de la
“casualidad”, la teoría de Bauval acaba por confirmar la
vieja sospecha que tenían los egiptólogos hace tiempo cuando
se intuía que los antiguos egipcios identificaban la Vía
Láctea con su río Nilo. Efectivamente, así es, y tal
como ocurre en el cielo como en la Tierra, tanto Gizeh como
Orión acaban teniendo la misma estructura.
El
horizonte de Leo
Hasta este punto, la Egiptología más ortodoxa no tuvo apenas
reparos para, al menos, tener en consideración esta teoría.
Sin embargo, las investigaciones de Bauval no se detuvieron
en este punto y fueron más allá. Si el programa informático
decía que la fecha del 2475 a. de C. era excelente para
identificar Gizeh con la constelación de Orión y la
orientación de los mal llamados canales de ventilación de
las cámaras del Rey y de la Reina en la Gran Pirámide,
pronto Bauval se dio cuenta de que había una fecha mejor:
el 10.500 a. de C.
Dos años después
de publicar su primer bestseller, Robert Bauval en
comunión con otro mago de lo insólito, Graham Hancock,
sacaban a la luz El Guardián del Génesis (Planeta-Seix
Barral, Barcelona 1997). Tomando en esta ocasión como eje de
su investigación la Esfinge de Gizeh y la Gran Pirámide,
Bauval especulaba con la posibilidad de que estos monumentos
hubieran sido construidos en algún período cercano al 10500
a. de C.
Si bien en esta
fecha todas las correlaciones astronómicas se daban con
mayor precisión, había un último detalle que parecía dar más
fuerza a la hipótesis de Orión en el XI milenio a. de C.
La Esfinge de la meseta de Gizeh en esta fecha tan remota
miraba exactamente hacia la constelación de Leo.
El problema
reside en que los egipcios de la época faraónica no veían la
constelación de Leo tal y como nosotros lo hacemos. Es
decir, el conjunto de estrellas que hoy identificamos con un
león (cuyo origen es babilonio y muy posterior a la época
faraónica) no era interpretado por los egipcios de la misma
forma.
Con todo, lo más
enigmático del misterio de Orión no es intentar resolver si
las pirámides fueron realmente tumbas, sino ¿qué
civilización de hace 12.000 años era capaz de diseñar,
estructurar y construir este tipo de monumentos en el Valle
del Nilo y con qué finalidad? En este sentido Bauval es
claro: en aquella época no había nadie que pudiera
desarrollar este plan maestro. Las pirámides son de la
IV dinastía, de eso nadie duda. La interrogante está en
por qué los egipcios del 2.500 a. de C. quisieron
representar el cielo del 10.500 en la meseta de Gizeh.
EL
AUTOR se licenció
en Historia Antigua en la Universidad de Valladolid
(España). Es egiptólogo y ha publicado hasta la fecha 11
libros, 8 de los cuales están dedicados a la cultura
egipcia. También ha publicado casi 300 artículos en
diferentes revistas especializadas en arqueología y enigmas
históricos. Actualmente es director de la prestigiosa
Revista de Arqueología.
© Nacho Ares 2004 – Derechos reservados
Publicado con permiso del autor
Prohibida su reproducción sin autorización previa del autor.
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