La idea de que hipotéticos observadores del espacio pudieran
establecer contacto visual con nosotros no es nueva. Entre
los testimonios arqueológicos hallados en el Perú,
probablemente, los que más interés conciten se encuentran en
las pampas de Nazca (“Naska”) y de Palpa, ubicadas en las
estribaciones andinas y cercanas a las costas del Pacífico.
En ellas, civilizaciones pre-incaicas de discutido origen y
antigüedad, trazaron con increíble precisión mediante el
sistema de surcos, un conjunto de dibujos biomorfos (aves,
mamíferos, etc.) y figuras geométricas de gran tamaño:
líneas rectas que se extienden a través de casi 10 Km.,
planicies y figuras de animales cuyos trazos alcanzan varios
centenares de metros y que, inobjetablemente, sólo pueden
adquirir significado desde cierta altura. Para un observador
situado en la superficie, esas figuras pasarían casi
inadvertidas. Esto ha hecho suponer que estaban destinadas a
“alguien” que se halle en el espacio; pero es obvio decir
que ningún habitante estaba en condiciones de poder
apreciarlas desde esa perspectiva.
Las respuestas de la
arqueología
Los geoglifos de Nazca fueron inicialmente explorados en
1926 por Toribio Mejía, quien los supuso “seques” para riego
o caminos sagrados. Pero fue el Dr. Paul Kosok,
redescubridor, en 1939, quien los calificó de “el calendario
de mayor escala en el mundo”. Aunque cualquier examen que se
realice, no puede eludir los trabajos pioneros de la
matemática alemana María Reiche, quien dedicó más de 30 años
a desentrañar el misterio de las pampas. Esta infatigable y
ejemplar investigadora, que le debemos también la
preservación de estas reliquias arqueológicas y la
confección de un completo relevamiento gráfico, comenzó
“barriendo con escobas” los surcos, a fin de seguir su
tendido, y examinarlos desde una escalera, en largas y
penosas etapas de trabajo de campo (1). En cuanto a sus
conclusiones, se concentran a estimar que los geoglifos
conforman un calendario gigantesco, con signos astronómicos
varios que parcialmente ha identificado, y que habrían
pertenecido a la cultura nazca-paracas, utilizando como
patrón de medida 33,66 cm. (2).
María Reiche, pionera de la investigación en Nazca, en
compañía del autor, Roberto Banchs.
Foto © Roberto E. Banchs, archivo personal.
No obstante, en 1968 el lugar fue visitado durante breve
estancia por el astrónomo Gerald Hawkins, del Smithsonian
Astrophysical Observatory, llegando a la conclusión de que
las marcas no tienen su explicación en patrones astronómicos
y que no constituyen calendario alguno. No sólo el lugar le
resulta poco propicio para la contemplación de los astros,
sino que las mismas líneas no mostrarían preferencias en su
orientación por el Sol, por la Luna, ni por los demás
cuerpos celestes (3).
Estos resultados provocan desconcierto, si tenemos en cuenta
que Kosok –cuando redescubre los geoglifos sobrevolando la
zona en un aeroplano–, advierte que en un sector donde
confluían múltiples líneas ocurría la puesta de Sol, que en
esos momentos coincidía exactamente con la dirección de una
de esas líneas: era un 21 de junio, el día del solsticio de
invierno. Más adelante se corroboraría que el trazado de
significativas líneas y figuras, guardaban una asombrosa
relación astronómica, como el alcatraz o “pájaro
madrugador”, que señala el Sol naciente con su largo pico en
el día de “Inti-Raymi” (fiesta del Sol), u otra
significativa y extensa línea que nos indica el solsticio
del 21 de diciembre (4). Más aún, el doctor Guillermo
Illescas Cook realizó sugerentes investigaciones sobre los
posibles correlatos de las figuras, compartiendo una de las
tesis sostenidas por Reiche, en el sentido de que algunas de
ellas representarían las constelaciones del hemisferio sur
(5). En cambio, Hans Horkheimer ha pensado que podrían estar
destinadas a reuniones sagradas, ser representaciones de
carácter genealógico y tener una finalidad coreográfica (6).
En fecha más reciente, el cartógrafo húngaro Zoltán Zelkó ha
formulado que los dibujos representan una red de poblaciones
antiguas de los alrededores del Lago Titicaca, a una escala
de 1:16 (7).
Dejaremos de lado la aventurada hipótesis de que
constituirían “pistas astronáuticas utilizadas por los
extraterrestres en tiempos inmemoriales” (8), como aseguran
imaginativos autores que no tienen la menor idea de la
delicada superficie y de los métodos empleados para su
trazado, pero lo cierto es que las figuras aparecen de un
modo u otro como señales indicadoras de algo, únicamente
reconocibles de la altura. Quienes efectuaron esta enorme
obra, parecen haber respetado reglas precisas para la
confección de los dibujos. Desde el punto de vista
constructivo, nos prueban que sus autores poseyeron una
forma de pensamiento abstracto altamente desarrollada,
requiriendo de un método geométrico de una complicación que
ha permitido la singular regularidad y simetría de los
trazos y una adecuada proporción entre sus elementos
constitutivos, mostrando una planificación y método
riguroso.
Transitar por las finas arenas, verlas desde el cielo, dan
una impresión extraordinaria de la magna obra.
Foto © Roberto E. Banchs, archivo personal.
La acción práctica y
religiosa
Después de haber reconocido el terreno a pie y efectuado
sobrevuelos por la zona, luego de realizar numerosas
entrevistas y profundizado largamente en el tema, nuestra
conclusión es que estos geoglifos –que parecen haber sido
ejecutados durante prolongado tiempo–, habrían cumplido una
finalidad práctica y religiosa. Práctica, al permitir
determinar a través de sus líneas la ubicación de los
astros, indicadores a su vez de los períodos propicios para
las tareas agrícolas. Religiosa, en tanto que el avance de
las estaciones hacia una época de abundancia con la llegada
del agua, era una acción divina y motivo de celebración. Las
figuras se convertirían, así, en representaciones simbólicas
(algunas simbolizando la fertilidad) para ser “contempladas”
por sus deidades celestes y empleadas “participativamente”
(conjunción entre hombres y dioses) como caminos
ceremoniales, asegurando la eterna repetición de las
estaciones y su posibilidad de supervivencia.
El misterio de las pampas
se revela
La superficie de las pampas aparece cubierta de arenas y
peñascos de color oscuro, pardusco, debido a un proceso de
oxidación por el rocío de la noche y el intenso calor del
día. Removida unos centímetros esta capa, se encontrará un
subsuelo blanco amarillento. Es este contraste, en realidad,
el que permite la visión de los dibujos, que consisten
precisamente en surcos de poca profundidad.
El autor observando desde lo alto el árido suelo de Nazca...
Foto © Roberto E. Banchs, archivo personal.
Los métodos con que estas culturas pre-incaicas hicieron con
gran habilidad y dedicación de fe –que Reiche atribuye al
período “clásico” nazca, primer milenio de nuestra era– ha
sido parcialmente desentrañado. Dotados de un conocimiento
técnico asombroso, los gigantescos dibujos sugieren haber
sido ampliados cartográficamente al tamaño en que allí
aparecen. Para el trazado con regularidad, emplearon piedras
como señales, que aún se conservan en medio de algunas
líneas, o formando túmulos. Las grandes curvan fueron
construidas de segmentos de círculo, cuyos centros se
conocen por piedras de un tamaño a escala del radio
correspondiente, muchas de ellas cortadas. En otros casos,
como las espirales Arquímedes, fueron logradas
magistralmente enrollando dos sogas de distinta longitud
alrededor de tres postes, dispuestos en triángulo. A pesar,
sus constructores debieron emplear herramientas e
instrumentos que desconocemos. Por igual, tantos
conocimientos que se han perdido en las honduras de los
tiempos.
Figura de una espiral Arquímedes de unos 80 metros de
diámetro.
Foto © Roberto E. Banchs, archivo personal.
Otro de los interrogantes que se suscitan, es cómo las
monumentales obras se han conservado durante cientos de
años. Ello resulta, sin dudas, de las excepcionales
condiciones climáticas y características del suelo: 1) Se ha
calculado que en esas planicies llueve media hora cada dos
años; 2) el viento, no encontrando obstáculos, desliza la
arena fina hacia las dunas del norte; y, 3) un factor que
también se opone a cambios en la superficie, es que el suelo
contiene yeso (material aluviónico y de mar) que al entrar
en contacto con el rocío, hace que las piedras queden
ligeramente adheridas a su base.
Peligran los geoglifos
No obstante el tiempo transcurrido y señalar los motivos de
su conservación, el futuro de esta reliquia arqueológica es
incierto, a causa del paulatino deterioro producido por los
visitantes –en particular, desde los años setenta–, atraídos
por la difusión de las hipótesis cosmonáuticas. Sin embargo,
otro factor importante es la creciente industrialización en
la costa peruana, que va modificando este clima, que alguna
vez fuera considerado el más seco del mundo.
A ese respecto, hemos propuesto la inmediata aplicación de
medidas preventivas para salvaguardar la gran pizarra de
arena: a) Un mayor y eficiente control (terrestre y aéreo)
de los 500 km2
que conforman el área; b) la adecuada localización de
industrias, represas y otros agentes que pudieran alterar
artificialmente el clima de la región; y, c) la paciente
obra de restauración y conservación de los trazados,
mediante un compuesto de yeso y resinas, o similar.
Muchos enigmas mantiene todavía el silencioso desierto,
quizá los más grandes y fascinantes misterios de aquellos
pueblos, que cubrieron la imagen de aspecto lunar con
figuras que sugieren –al igual que sus cerámicas y variadas
ornamentas– el horror a un vacío que necesitó ser llenado.
“Debemos tratar de penetrar en sus mentes y seguir su
lucha por la perfección –exhorta M. Reiche–; tenemos
que investigar cada detalle de esta escritura misteriosa y,
a la manera del grafólogo, obtener información sobre
carácter y facultades del que escribe”. Y así, como fue
la madera y la fibra en la selva peruana, como ha sido en
las serranías las estructuras de piedra para observar
astros, fijar fechas y dar su mensaje, del mismo modo, las
arenas y piedras de las pampas sirvieron a los pueblos de la
costa para establecer esa comunión que plantea un
insoslayable interrogante.
Finalmente, podemos agregar que en el Perú, geoglifos
gigantes no sólo se hallan en Nazca-Palpa (Hoya del Río
Grande y adyacencias), sino también en diversas zonas de la
región occidental, tales como en los valles de Ica y en el
norte de Lima (9). Sin embargo, son los geoglifos tratados
el más importante conjunto en su género, mereciendo
justificadamente una dilatada atención de los estudiosos
científicos.
Una motivación universal
En el mismo sentido hacemos referencia a los hallazgos en
Chile, como el que existe en el desierto de Tarapacá, de una
figura de un hombre gigantesco con una corona estilizada, de
unos 100 m. de longitud, demarcada en el suelo en piedra
volcánica (10). Y a las figuras antropomorfas y zoomorfas
del Valle de Azapa, cerca de Arica, trazadas en las lateras
montañosas, mediante el apilamiento de rocas –que también
visitamos–, siguiendo el camino de los antiguos habitantes.
El culto de la serpiente y del disco alado fue considerado
de gran importancia en las Islas Británicas. Descubierto por
Stukely en el siglo XVII, tenía el convencimiento de que sus
mayores monumentos no se construyeron al azar, sino formando
un enorme trazado que sólo era visible desde el aire. La
forma de una gigantesca serpiente aparece en Inglaterra en
lugares como Avebury y Callernish, y asimismo, en los
montículos serpentiformes de Escocia y Ohio, en Estados
Unidos.
Nótese que los animales, al menos en el simbolismo onírico,
aluden a procesos instintivos que desempeñan un papel
fundamental en la biología animal. El simbolismo de la
serpiente está generalmente unido a la trascendencia (al
igual que las aves de Nazca), porque era una tradicional
criatura del mundo inferior y, por tanto, “mediadora” entre
una y otra forma de vida (11).
Muchos de los mayores monumentos de la antigüedad –según
John Michell–, se erigieron por tres motivos: primero, como
instrumento para estudiar la naturaleza de los dioses y la
configuración del Universo; segundo, como puntos de reunión
mística-religiosa; y tercero, para ofrecer mediante su forma
y disposición un mensaje visible y comprensible únicamente
desde el cielo por sus dioses.
En Stonehenge, Inglaterra, estas tres finalidades parecen
haberse alcanzado. El astrónomo británico Norman Lockyer ha
insistido en que su recinto sagrado pudo haber sido un
templo solar y un observatorio astronómico prehistórico,
estimado en unos 4.000 años (12).
La práctica consistente en disponer grandes símbolos en el
suelo de tal manera que sólo significasen algo visto desde
lo alto, ha sido bastante frecuente en otras épocas, como si
se tratase de experiencias “numinosas”, cambios cualitativos
en la raíz de la conciencia, propiciadoras de rituales que
se extendieron por el mundo durante prolongado tiempo. A
partir de la consideración de esta hipótesis –se ha dicho
con razón–, comienzan a adquirir significado, no sólo
algunos productos de la arquitectura neolítica, sino los
gigantescos diseños geométricos o zoomórficos observados en
distintas partes del mundo, muchos de los cuales aún
permanecen irreductibles a los intentos de explicación
científica.
N. del E.:
Este artículo condensa lo expuesto por el autor durante el
“Primer Congreso Argentino de Astroarqueología”, realizado
en la Ciudad de Buenos Aires, los días 4 y 5 de agosto de
1984.
Referencias:
1)
Kauffmann Doig, F. Manual de arqueología peruana. Peisa,
Lima, p. 407. 7ma. Edición. Mayo 1980.
2)
Reiche, M. Secreto de la pampa. Edic. autor. Stuttgart. 2da.
Edición, 1976.
3)
Hawkins, G. Más allá de Stonehenge. Diana. México. p.
89/124. Abril 1979.
4)
Las líneas de Nazca. Universo. Lima. p. 36-49/50; 1978.
5)
Illescas Cook, G. Astrónomos en el antiguo Perú. Kosmos,
Lima, pp. 181/1882; noviembre 1976.
6)
Rossel Castro, A. Arqueología sur del Perú. Universo, Lima,
p. 196; 1977.
7)
Rev. Tiempo y Rumbo. Buenos Aires, N° 0, p.13; agosto 1981.
8)
Aniceto Lugo, F. Naves y huellas extraterrestres. Cielosur,
Buenos Aires, pp. 77/78; 1978.
9)
Kauffmann Doig, F. Manual... op.cit, p. 409.
10)
Rev. Cuarta Dimensión. Buenos Aires, N° 12, pp. 48/49;
agosto 1974.
11)
Jung, C. Sobre cosas que se ven en el cielo. Sur, Buenos
Aires, p. 89; 1961.
12)
Michell, J. Los platillos volantes y los dioses. Pomaire,
Barcelona, pp. 211/218; 1968.
EL AUTOR
es Arquitecto y Licenciado en Psicología. Postgraduado en
Mediación, cursó la Maestría en Metodología de la
Investigación y obtuvo el Doctorado en Psicología Social.
Docente Adscripto e Investigador en la Universidad de
Belgrano; y Profesor Asociado del Dpto. de Antropología en
la Universidad J.F. Kennedy. En el campo de la Ufología,
impone la aplicación de métodos y técnicas científicas, y
focaliza su interés en el estudio analítico y contextual de
las experiencias inusuales, haciendo hincapié en lo que
éstas revelan sobre el psiquismo y la conducta humana.
©
Roberto E. Banchs, 1984, 2014 – Todos los derechos
reservados
Publicado con autorización expresa del autor
Prohibida su reproducción sin permiso del autor.
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