Durante
la década de los ’70 del siglo anterior, científicos e
investigadores de diversos campos del saber humano volcaron
sus esfuerzos hacia la atractiva posibilidad de que nuestra
pequeña esfera azul recibió, en algún momento de la
prehistoria, la visita de exploradores no humanos. La
posibilidad resultaba aceptable hasta para los mayores
escépticos sobre la creencia en los ovni – el inglés Arthur
C. Clarke y el estadounidense Carl Sagan – cuyos escritos no
descartaban las visitas extramundanas en algún pasado
olvidado. En su libro “2001: A Space Odyssey”, Clarke
hace que su protagonista, el astronauta Dave Bowman,
reflexione sobre la posibilidad de las visitas a la Tierra
durante el Pleistoceno.

El
incremento en el interés por estas posibilidades llevó a
algunos, como los escritores Norman Briazak y Simon Mennick,
a la creación de una nueva terminología que fuese propia de
la investigación ovni y de los antiguos astronautas. Su meta
consistía en evitar el uso de términos inexactos o
comerciales (como “antiguos astronautas” en sí) y
suplantarlos por términos creados, como BEFAP (del inglés
“beings from another planet” – seres de otro mundo, que
vendría siendo SEDOM en castellano), y el concepto del
“nebecismo” para referirse al campo de estudio de los
visitantes de otros mundos. Estos términos caducaron y no
han vuelto a utilizarse, pero representan un momento en la
historia en que se intentaba sistematizar el estudio de las
posibilidades sugeridas por estudiosos como Otto Binder,
Maurice Chatelain, Richard Mooney y por supuesto, Erich von
Däniken.
Sobre
los SEDOM y el nebecismo
Según
los escritos de Briazak y Mennik (The UFO Handbook,
Toronto: MacLeod, 1978), el nebecismo consistía en dos
premisas esenciales: la creencia en la existencia de vida
inteligente en otras partes del universo, y la creencia de
que estos seres inteligentes visitaron la Tierra en su
momento, influyendo en la evolución de nuestra especie. A su
vez, el nebecismo estaba dividido en dos escuelas o modos de
pensar: la primera de ellas propugnaba la llegada de
viajeros extraterrestres a nuestro mundo entre el 24.000
a.C. y el 12.000 a.C. Dichos SEDOM (seres de otros mundos,
como ya se ha explicado) jugaron un papel importantísimo no
sólo en la educación de nuestros antepasados,
aleccionándolos en el cultivo y la crianza de animales, sino
que sus manipulaciones genéticas también fueron responsables
del “instinto social” que vemos en las hormigas y otros
insectos. Una vez cumplida su misión, estos SEDOM
abandonaron nuestro mundo para no volver jamás, y tal vez
repetir sus labores en otros mundos de nuestra galaxia.
La
segunda escuela de creencia nebecista mantiene las mismas
creencias que los primeros, pero con la diferencia de creer
que los antiguos astronautas no abandonaron su experimento a
su suerte, y que siguen visitándonos para revisar nuestro
progreso, explicando así el fenómeno de los ovni. El interés
de los SEDOM en el “experimento Tierra”, por así decirlo,
pone de manifiesto – para esta segunda escuela nebecista –
la naturaleza fundamentalmente benévola de los extrahumanos,
suponiéndoles un adelanto al de nuestra especie en todas las
categorías, desde la cultura hasta la moral, sin mencionar
la tecnología. La hipótesis fundamental – según nos lo
recuerdan Briazak y Mennick – es que cualquier civilización
capaz de desplazarse por el espacio sideral no puede ser
“ni mala ni malévola” (p.150).
Por
ende, el nebecista cree que nuestra humanidad tiene mucho
que aprender, no sólo de las posibles visitas actuales de
estos seres, sino a raíz del estudio de las estructuras y
objetos que posiblemente representan la evidencia concreta
de estas visitas en el pasado olvidado de nuestro mundo.
Nuestra sociedad tiene el deber, según dicen, de comunicarse
con los SEDOM a como dé lugar, ya sea por ondas de radio,
microondas o láser, y de avanzar la tecnología hasta que sea
posible visitarlos a bordo de nuestras propias naves
espaciales (en su momento, posiblemente propugnaban el
proyecto Daedalus como la mejor manera de indicar que
los terrícolas ya tenían el potencial de alcanzar las
estrellas, pero eso corresponde a un estudio aparte).
Resulta
claro que la oposición a ambas corrientes filosóficas del
nebecismo se puede hallar no sólo dentro de la ufología,
sino fuera de ella. Se acusa al nebecista de pecar de la
misma creencia que el contactista: que nuestra humanidad es
incapaz de resolver sus problemas y que resulta necesario
invocar la ayuda de seres más avanzados para enfrentar las
distintas crisis que nos desafían desde el siglo pasado.
Otros tachan al nebecista de ingenuo por pensar que los
SEDOM serían necesariamente “benévolos” dado su alto grado
de tecnología (la ciencia-ficción nos ha dado una infinidad
de ejemplos de lo contrario, como la especie de los “Borg”
en las teleseries de Star Trek durante la década de
los ’90). De hecho, según sus adversarios, el nebecista
estaría cometiendo el mismo error que los neandertales o cro-magnones
que se enfrentaron por primera vez a estos seres de las
estrellas: tomarlos por dioses y querer rendirles culto.
Aunque
el interés en los antiguos astronautas se redujo al mínimo
durante más de una década, resurgió gracias a los escritos
de Zecharia Sitchin y el interés – dentro y fuera del
quehacer ufológico – en la posibilidad de mundos destruidos
como Nibiru y el origen extraterrestre de los “Annunaki” de
la mitología sumeria y elamita. Los escritos del autor que
usa el seudónimo de William Bramley también resucitaron el
interés en los oscuros seres tutelares denominados “La
Hermandad”, y cuyos fines siempre han sido contrarios a la
evolución de la humanidad (The Gods of Eden)
Buscando asentamientos extrahumanos
Hugh F.
Cochrane, ingeniero de profesión y escritor de temas
esotéricos durante la década de los ‘70, mostró cierta
curiosidad por el hecho de que las ruinas prehistóricas más
imponentes del pasado se localizan entre los trópicos – 30
grados de latitud norte y sur del ecuador -- de nuestro
planeta, debido, según él, a la facilidad de entrar y salir
de nuestro planeta en las regiones cercanas al ecuador
planetario. Aunque hay otras condiciones perfectamente
justificables para que explicar la presencia de
protoculturas en estas regiones, si mediar extraterrestres,
escuchemos los planteamientos de Cochrane:
“Por
ejemplo, las imponentes estatuas de la isla de Pascua están
en línea recta con el Tridente de los Andes en la Bahía de
Pisco. De ahí pasamos a la planicie de Nazca con sus
enigmáticas “pistas de aterrizaje” y los dibujos de
animales, aves e insectos; luego pasamos a las misteriosas
ciudades arruinadas del nordeste de Brasil. Cruzamos el mar
y encontramos el macizo de Tassili con sus grabados de seres
de otro mundo, y de ahí a las legendarias ciudades perdidas
del Sahara, las pirámides de Egipto, las ruinas de Baalbek
en el Líbano, los numerosos asentamientos de la antigua
Persia e India, incluyendo la zona en que pueden escucharse
los misteriosos “cañones de Barisal”, que nadie ha podido
ver jamás. Seguimos y nos encontramos con los sorprendentes
templos birmanos y siameses, las oscuras zonas de Nueva
Guinea y las islas del Mar del Sur con sus extrañas
leyendas, monumentos y ciudades olvidadas, y completamos el
viaje regresando a la Isla de Pascua.”
(“The Worldwide Circle of Mystery” SAGA UFO Report,
Dec. 1977, p.44-49)
Regalos de visitantes prehistóricos
Nicolás Roerich fue sin duda uno de los personajes más
interesantes del siglo XX, encarnando a la perfección el
concepto del "hombre renacentista", ya que se desempeñaba
tanto como pintor de paisajes exóticos sino también
diseñador de decorados y vestuarios para el ballet ruso,
especialmente los Ritos de la primavera de Igor
Stravinsky. Pero más que ninguna otra cosa, Roerich era un
místico: sus viajes a lo largo de las Himalayas hasta el
Tíbet en pos de conocimientos avanzados e inspiración
espiritual fueron plasmados en obras tales como Altai-Himalaya
(1929) y Shambhala (1930).
Fue durante sus viajes en esta parte del mundo que Roerich
supuestamente entró en contacto con las logias budistas
fieles al "Rey del Mundo" - una figura considerada por
muchos como el regente del destino de la Tierra desde
Agharti, su reino subterráneo. Este gran señor planetario ha
sido equiparado por algunas fuentes con los "oyarsas", o
gobernantes angelicales de cada planeta, postulados por C.S.
Lewis (el contertulio de J.R.R. Tolkien) en su obra Out
of the Silent Planet. Y fue precisamente aquí, en esta
enigmática parte de nuestro mundo, en donde se le confió a
Roerich un artefacto sumamente curioso.
Dicho artefacto, un fragmento de piedra radiante del tamaño
de un dedo humano, posiblemente inscrito con cuatro símbolos
parecidos a runas, fue conocido como el "Regalo de Orión" y
se trata, supuestamente, de un casco de piedra de otro
mundo. La piedra principal descansa en una de las altas
torres de Shambhala, la capital del "Rey del Mundo", desde
donde su benigna radiación ejerce influencia sobre los
eventos que ocurren en la superficie.
Uno de los cuadros de Roerich, conocido como "Chintamani",
representa un potro que lleva a cuestas un baúl ornamentado:
se dice que en este baúl viajaba el fragmento de las
estrellas. Las órdenes impartidas a Roerich por los "jefes
secretos" consistían, supuestamente, en transportar el
fragmento a Europa, donde jugó un papel crítico en la
formación de la Liga de las Naciones. Después de eso, el
místico ruso devolvió el fragmento milagroso a sus dueños,
tal vez hasta la misma Shambhala, aunque Roerich jamás alegó
haber visitado dicho mundo desconocido.
El aceptar las apariencias de este relato representa un
salto en el vacío que muchos no están dispuestos a realizar.
Aun así, el relato cuadra con la creencia en la llegada de
objetos extraños provenientes de otros lugares, imbuidos de
fuerzas positivas o negativas, y que aparecen una y otra vez
en las tradiciones de nuestro mundo. ¿Sería el “Regalo de
Orión” uno de los muchos supuestos legados de una
civilización más adelantada que la nuestra, que pasó por
nuestro mundo en algún momento de la historia?
El astrónomo escocés Duncan Lunan comenta en su libro
Interstellar Contact (Bantam,1974), que cuando los
obreros del califa egipcio Al-Mamún consiguieron irrumpir en
la Gran Pirámide de Keops en el año 800 de nuestra era, se
sorprendieron al descubrir que el gran sarcófago en la
Cámara del Rey no tenía tapa, aunque había sido diseñada
para portar una. Los profanadores de tumbas se quedaron
atónitos al descubrir "un pozo" no muy lejos del punto en
que lograron forzar la entrada al pasadizo ascendente que
conduce a la Cámara del Rey. "La parte superior del
pozo", escribe Lunan, "había sido sellada
originalmente, pero en algún momento, se le abrió desde
abajo con suficiente fuerza como para dañar el muro
adyacente, como si se hubiera hecho uso de explosivos".
El autor sugiere la posibilidad de que si la pirámide de
Keops efectivamente fue profanada por desconocidos que
hicieron uso de dicha ruta, resulta factible que se hayan
levado la tapa del sarcófago de diorita, que portaba "un
archivo computarizado que conservaba la pirámide". Lunan
agrega que estos desconocidos sabían exactamente a dónde
dirigirse, y que sellaron la pirámide después de salir,
"como si jamás hubiera sido profanada".
Algunos podrán creer que el destacado astrónomo pudo haberse
dejado llevar por sus propias especulaciones en este caso,
pero tanto estudiosos como arqueólogos y esotéricos se han
preguntado sobre el propósito del enigmático sarcófago de
diorita que ocupa el centro de la Cámara del Rey. Todas las
partes - tanto conservadores como librepensadores -
concuerdan en que jamás se le utilizó como la sepultura de
un faraón olvidado, ya fuese Keops o algún otro. ¿Qué objeto
pudo haberse colocado, con devoción y reverencia, dentro del
sarcófago de diorita? ¿Qué objeto sin nombre merecía ser
consagrado de tal modo en los albores de la civilización
humana?
En su obra maestra, "La octava torre", John Keel
sugiere la posibilidad de que la Gran Pirámide y la
enigmática cámara con el sarcófago de diorita pudieron haber
sido utilizadas para albergar un artefacto de origen
sobrenatural, tal vez el Arca de la Alianza o hasta el
misterioso fragmento de piedra meteorítica conservado en la
Kaaba en La Meca. De ser así, bien pudiera ser que
estuviésemos de cara al más importante de los artefactos
misteriosos: un dispositivo multimilenario colocado por una
civilización extrahumana para vigilar el progreso de la
recién nacida humanidad (los fans de la ciencia-ficción
recordarán el singular monolito de la película 2001
de Kubrick) o influenciar el desarrollo de nuestra especie
en formas insospechadas.
La perspectiva de Keel sobre el asunto no es tan benigna. La
"octava torre" que sirve de título a su obra es "una
especie de cápsula de tiempo electrónica, que sigue
funcionando sin sentido ni propósito después de millones de
años", plagándonos con fenómenos parafísicos como los
OVNI y seres extraños, y tal vez rigiendo las oleadas de
locura que afectan a la humanidad siglo tras siglo.
¿Resulta posible combinar las teorías de Lunan con las de
Keel? Si alguien profanó la Gran Pirámide en algún momento
de la antigüedad, con pleno conocimiento de lo que se
albergaba adentro, y lo extrajo, ¿dónde está ahora? Si el
mayor de todos los "objetos fuera de sitio" resulta ser el
superordenador paranormal plasmado en los escritos de Keel,
¿cuál sería su paradero actual? Tal vez algún planeta en
otro sistema solar, desde el que se sigue vigilando el
progreso del “experimento Tierra”.
¿Homo Sapiens u Homo Spaciens?
Es muy posible que el lector esté familiarizado con el
nombre de Otto Binder por las teorías vertidas por este
escritor sobre la presencia del fenomeno ovni en la Luna y
los encuentros entre astronautas y supuestos platívolos.
Aunque algunas fuentes indican que Binder fue “empleado de
la NASA”, de hecho fue un contratista independiente ocupado
por el programa espacial con base a los diez libros de
divulgación científica que figuraban en su currículum.
Binder fue, además, director de la revista Space World y
autor de la columna periodística Our Space Age, que
apareció en los periódicos estadounidenses seis dias a la
semana durante la era de los primeros lanzamientos
espaciales.
El fallecido Binder se convirtió en el campeón de las obras
de otro autor, Max Flindt, ingeniero y técnico de
laboratorio para el laboratorio Lawrence Livermore en
California y ayudante de los genios científicos Glenn
Seaborg y Edward Teller. A pesar de su formación en las
“ciencias duras”, Flindt no ocultaba su pasión por el tema
de los ovnis y la posibilidad del origen extrahumano de
nuestra especie como consecuencia de la experimentación
genética por seres más avanzados. Al igual que Tomás de
Aquino postuló sus “pruebas” sobre la existencia de la
deidad, Flindt haría lo mismo para demostrar que nuestra
especie era un producto de la genética avanzada y no de la
evolución. Presentamos a continuación solo algunas de las
teorías de Flindt encapsuladas por Otto Binder en su obra
Unsolved Mysteries of the Past (NY: Tower, 1968):
1)
Sólo
los humanos pueden llorar. Ningún otro primate puede verter
lágrimas en abundancia
2)
La
supersensibilidad de la piel humana. Ninguno de los animales
inferiores goza del sentido de tacto que tienen los humanos.
3)
La
lentitud del proceso de deglución, que toma seis segundos en
los humanos y es prácticamente instantáneo en los animales.
4)
El
peso cerebral de los humanos es más del triple que los otros
animales, en proporción a su peso corporal.
5)
A pesar de ser una criatura híbrida, los humanos pueden
reproducirse, cosa que no ocurre con los demás híbridos en
nuestro mundo.
No cabe duda que un biólogo reñiría con Flindt sobre estos
planteamientos tan absolutistas, pero el investigador siguió
aportando más observaciones controvertidas, como el hecho de
que el óvulo fertilizado en las hembras humanas se adhiere
al útero en vez de “flotar”, como sucede en otras especies;
que la esquizofrenia es exclusiva a nuestra especie,
atreviéndose a especular que los esquizofrénicos viven en
dos mundos como resultado de la “memoria racial” de
corresponder a dos mundos distintos – el de los astronautas
avanzados de un mundo desconocido y el de los cavernícolas.
“Bajo el concepto del origen híbrido de los humanos”,
dice el autor, “la esquizofrenia deja de ser un misterio
para convertirse en una interrelación clara del choque
glandular y las fuerzas del sistema nervios dentro de la
víctima, debido a dos orígenes totalmente dispares en el
pasado lejano”.
“Así pues,
concluye Flindt, la humanidad merece ser descrita como
homo spaciens en vez homo sapiens.”
Ningún experimento es perfecto, sin embargo, y a pesar de su
avance tecnológico, los “antiguos astronautas” (o SEDOM,
recordando el mote de Briazack y Mennick) cometieron errores
bastante graves durante el transcurso de sus manipulaciones,
produciendo los gigantes que figuran en los mitos de casi
todas las culturas terrestres, y peor aún, las quimeras que
llenan nuestras pesadillas: hombres-cabra, hombres-lobo y
otras aberraciones. Flindt atribuye esto a que los
científicos extrahumanos intentaron realizar su hibridaje
con una variedad de animales terrestres. Este concepto choca
con lo postulado por otro gran escritor sobre el tema de los
antiguos astronautas, Richard E. Mooney, cuyo libro Gods
of Air and Darkness (NY: Fawcett, 1976) sugiere que las
quimeras fueron el triste resultado de la proximidad de
animales y humanos a “los motores atómicos de una nave
espacial”.
El propio Mooney lanzó sus propias hipótesis sobre el origen
extraterrestre de la humanidad en este libro y en uno
anterior, Colony: Earth (1973), sugiriendo la
hipótesis de que las “sacudidas” que solemos padecer todos
durante el sueño – la sensación de estar cayendo, seguida
por un despertar inmediato – representan el recuerdo de
estar flotando en la ingravidez de una nave espacial,
concretamente la enorme “arca” que seguramente trajo a
nuestros antepasados remotos. “El homo sapiens”,
escribe Mooney, “pudo haber surgido originalmente en un
mundo a millones de años luz de distancia y millones de años
atrás. Si la humanidad llegó a nuestro planeta en algún
momento en el pasado, tal vez esto fue debido a que su mundo
ya estaba en vias de volverse inhabitable, o si no, fue
enviada a este planeta para habitarlo y adecuarlo a su
especie. Resulta posible visualizar a la humanidad
desplazándose de planeta en planeta. Es posible que este
proceso se haya realizado por millones de años, y seguirá
tomando lugar por muchos millones más”.
Pero, si nuestros antepasados lejanos llegaron a este mundo
con la misión de establecer una colonia para su especie, o
un puesto de avanzada para una especie de “imperio
galáctico”, ¿cómo perdimos el contacto con la imaginaria
metrópoli sideral, y olvidamos nuestros orígenes? Mooney nos
brinda la respuesta de que reveses en el proceso de
colonización, conflictos armados entre bandos de colonos
contra sus dirigentes, o desastres climáticos pudieron
resultar en una inmersión total en la barbarie en cuestión
de dos generaciones. Las naves espaciales que los trajeron a
este planeta habrían sido desguasadas y sus materiales
utilizados para otros fines (y que seguimos hallando como
OOPARTS. “Después de algunos milenios,” comenta
Mooney, “surgirían religiones y nuevos mitos para
explicar el origen de la especie”.
Y si seguimos devanando el hilo que nos ofrece Mooney, sería
posible afirmar la posibilidad que los ovnis (si creemos en
su origen extraplanetario, algo que nunca se ha establecido)
serían las naves de la metrópoli galáctica, que vienen a
contemplar con cierto azoro los desmanes que cometen día a
día sus primos lejanos en un planeta alejado del
hinterland galáctico. El concepto tiene cierto encanto,
de hecho, recordando un poco a la trilogía de la
Fundación escrita por Asimov en los años ’30. Tal vez el
día menos pensado se producirá el “macroaterrizaje” tan
ansiado por los grupos contactistas desde la década de la
época de Adamski, pero en vez de descargar hermanos
espaciales, saldrán las fuerzas armadas de algún régimen
interestelar, dispuestas a reclamar su colonia perdida y
ponernos a trabajar.
EL AUTOR
ha publicado tres libros y numerosos artículos, en varios
idiomas, en las más importantes revistas especializadas en
ufología y antiguos misterios. Es fundador del Institute of
Hispanic Ufology y editor responsable de Inexplicata.us.
© Scott Corrales, 2007 – Todos los derechos reservados.
Reproducido con permiso expreso del autor
Prohibida su reproducción sin autorización previa del autor
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