El regreso del arqueólogo / aventurero Henry “Indiana” Jones
a la gran pantalla trae consigo el reavivamiento del interés
por los enigmas de la arqueología, los misterios del pasado,
y los artefactos de naturaleza mística o extraordinaria
extraviados en lugares de acceso difícil. Aunque nadie ha
dado aún con el paradero del Arca de la Alianza, ni del
Santo Grial, quedan lugares recónditos que aún nos pueden
producir cierta inquietud.
En 1921, el controvertido escritor H.P. Lovecraft, nativo de
la costanera población de Providence, Rhode Island, presentó
al mundo su cuento corto The Nameless City (La ciudad
innombrada), una espantosa urbe extrahumana situada en las
arenas de la península arábica. Según este maestro del
horror, heredero de Edgar Allan Poe, la ciudad innombrada
era la obra de una especie reptilesca que solo podía
arrastrarse por las calles y pasillos de esta metrópoli de
pesadilla. Muchos han considerado que Lovecraft recibió su
inspiración, en cierta medida, de la leyenda árabe de Irem,
la ciudad de las pilastras, que según los mitos de la gente
del desierto “permanece íntegra tras la aniquilación de sus
habitantes, e invisible a los ojos mortales, pero que según
los árabes, se deja ver en pocas ocasiones a algún viajero
que goce del favor divino”.
Aunque nadie puede dudar que las arenas de Arabia Saudita
puedan ocultar misterios emocionantes, es muy posible que la
leyenda se haya fundamentado en la existencia de una urbe
más concreta y no menos extraña: la ciudad de Jawa, en el
desierto sirio.

El mundo del desierto
Aunque la imagen común que tenemos de los desiertos siempre
suele ser la que nos ha regalado Hollywood – enormes dunas
en un mar interminable de arena – lo cierto es que cada
desierto tiene su propia personalidad, y el desierto sirio
no es la excepción, siendo una combinación de estepa,
desierto arenoso y lava volcánica procedente de la erupción
del Djebel al Duruz, cima de mil ochocientos metros de
altura que domina un campo de más de cien otros focos
volcánicos.
El viajero moderno se encuentra con carreteras que enlazan
al actual reino de Jordania con Irak, así como tribus
nómadas que siguen sus vidas al igual que lo hicieron sus
ancestros en el pasado remoto, las tribus safaiticas. Desde
el aire podemos ver las ruinas de las fortificaciones
romanas – el limes – que protegían a Roma contra las
incursiones de los partos y luego los sasánidas, así como
contra las razzias de los beduinos. Proteger las
caravanas que traían sus mercancías desde las ciudades
mesopotámicas hasta Antioquía y Damasco era esencial, aunque
podemos suponer que los legionarionarios destacados en
dichas fortificaciones lo considerarían un suplicio más que
nada.
En las primeras décadas el siglo XX, los pilotos que volaban
la ruta entre El Cairo y Bagdad, podían ver las ruinas de
estos fuertes legionarios, pero más importante aun,
percibían desde lo alto los restos de culturas antiquísimas
y desconocidas. Las estructuras recibían el apodo de “kites”
(volantines) debido a su forma romboidal, pero más imponente
que estas estructuras era la gran ciudad desconocida que
surgía de en medio del desierto negro. Si no era una
fortificación romana o bizantina, ¿qué era? Los expertos
dudaban que ningún imperio hubiese tenido una ciudad en un
sitio tan inhóspito, y la “ciudad negra del desierto” fue
relegada al dominio de los espejismos. En 1931, uno de estos
pilotos del desierto, Poidebard, sería el primero en ver a
Jawa desde el aire, pero no sería hasta 1948 que el
distinguido arqueólogo israelí Nelson Glueck - quien se
incluía entre aquellos que dudaban la existencia de la
ciudad perdida - llegaría a describir el emplazamiento a
grandes rasgos, clasificándolo como un abrevadero del
desierto que en ningún momento pudo haber abastecido una
ciudad. Dos años después, una expedición inglesa descubriría
formalmente a Jawa, la ciudad perdida del desierto: Svend
Helms del Instituto Londinense de Arqueología y sus
ayudantes comenzaron a excavar las ruinas.

Para la sorpresa de los arqueólogos, el abrevadero
descubierto por Glueck pasó a convertirse en una enorme
ciudad con imponentes murallas de basalto, con cisternas y
canales. Dada la imposibilidad de datar el basalto, los
arqueólogos ingleses se conformaron con asignarle a Jawa una
antigüedad de cinco mil años, afirmando que bien podía ser
aún mayor. Los pictogramas, los restos de escritura
safaítica y los restos de alfarería correspondían a épocas
posteriores.
Pero el hallazgo suscitaba preguntas aún más difíciles de
contestar. La región desértica no era menos inhóspita hace
cinco mil o diez mil años; no era posible asociar Jawa con
otras culturas conocidas (aunque cabe observar que los toros
que aparecen en los petroglifos parecen corresponder a los
toros “minoicos” de la isla de Creta). Y después de superar
tantos obstáculos, resultaba difícil concebir que una
cultura sencillamente abandonara la ciudad, aunque el mismo
Helm observó que una erupción del Djebel al Duruz o
cualquiera de los otros volcanes podía ser la causa, ya
fuese por acción directa de la lava y ceniza o por haber
interrumpido el flujo del agua hacia las cisternas de la
ciudad.
Sin embargo, existía una posibilidad más inquietante:
resultaba factible que la zona del “creciente fértil” pudo
haber sido mucho más amplia que lo aceptado por los geólogos
e historiadores, y que toda la región pudo haber sido apta
para la ocupación humana en el pasado, como lo fue el “Mar
de las Gacelas” en el norte de África. La enorme zona
arenosa del norte de Arabia pudo haber sido una gran
planicie llena de árboles y hierba, la patria de los
ciudadanos de Jawa.
El escritor David Hatcher, quien aborda el tema de Jawa en
su libro Lost Cities of the Black Desert, ofrece a
sus lectores una hipótesis fantasiosa que nos permitimos
incluir en este trabajo. Hatcher apunta al hecho que las
imponentes murallas de Jawa fueron construidas de basalto
imantado, lo trae a la mente otras urbes muertas hechas del
mismo material, como Nan-Matol en la isla de Ponapé
(sometida a una magnifica investigacion por Andreas Faber
Kaiser en su libro Sobre el secreto). Este material
magnetizado, sugiere el autor, ¿sería seleccionado por la
posibilidad para levitarlo mediante el uso de tecnologías
que se pierden en las tinieblas del pasado? Recordemos que a
una distancia relativamente corta de Jawa se encuentra la
colosal “piedra de Baalbek”, y más al sur las ruinas de
Jericó, una de las ciudades más antiguas del mundo con sus
casi ocho mil años de antigüedad.
Aunque el investigador Helms no ofrece una tesis tan
arriesgada, uno de los párrafos de su libro Jawa, Lost
City of The Black Desert, resalta la naturaleza anómala
de esta ciudad del desierto.
“La población de Jawa,” escribe Helms, “apareció
abruptamente. Un sistema de apoyo vital, íntegro y sumamente
desarrollado, surgió de repente donde nada parecido había
existido antes. Jawa parece ser la única ciudad de su tipo,
y sus habitantes desaparecieron con la misma rapidez con la
que aparecieron, habiendo permanecido en ella brevemente,
dejando tras de sí unas enormes y enigmáticas ruinas”.
Helms pasa a enumerar sus hipótesis sobre la ciudad: los
habitantes pudieron haber sido oriundos de una cultura
urbana más allá de la “región del basalto negro”;
igualmente, pudieron haber inventado por sí solos una
tecnología y urbanismo para sobrevivir en dicha zona.
Finalmente, el autor sugiere que los creadores de esta
enorme ciudad de basalto (cabe recordar que es el material
favorito de los primigenios de Lovecraft) provenían de una
cultura preurbana que ya comenzaba a tener atisbos sobre la
irrigación y la hidrología.
Sean quienes hayan sido, los jawaítas, como los bautiza
Helms, tenían conocimientos de la metalurgia y de la
ingeniería militar propias de los constructores de Jericó u
otros baluartes: las formidables puertas y murallas de Jawa
eran más que capaces de repeler a las tribus del desierto, y
seguramente fueron construidas para defenderse de un enemigo
antiguo más poderoso que desconocemos. Las leyendas árabes
nos hablan de “los Viejos de Arabia”, los ancestros de las
tribus de la península. ¿Serían estos los ancestros de los
jawaítas y los maestros que les enseñaron las artes de la
construcción y la guerra, o los implacables enemigos contra
quienes era preciso defenderse?
Resulta inquietante ver las reconstrucciones de Jawa
realizadas por el Instituto Londinense de Arqueología, ya
que los planos recuerdan poderosamente a las ruinas de
Knossos y las reconstrucciones de algunos edificios, como la
“Ciudadela”, nos presentan una arquitectura que se parece en
cierto grado a la de la Cultura del Indo (Mohenjo-Daro y
Harappa). Fueron los jawaítas, entonces, coetáneos de estas
civilizaciones o posiblemente la fuente de inspiración de
ambas?
Hatcher no es el único que puede lanzarse a especular.
Nuestra época nos ofrece varios investigadores e
historiadores – John Anthony West, Graham Hancock y otros –
que presentan a sus lectores con una prehistoria totalmente
distinta a la aceptada por los estudiosos. En Egipto florece
la cultura “osiriana”, creadora de la Esfinge en un país
verde y rebosante de agua, mientras que la India tiene al
imperio de Rama, cuyas ciudades sumergidas a pocos cientos
de metros de las playas del sur de dicho país aguardan con
paciencia la investigación seria de los expertos. A este
extraño mundo corresponderían los poderosos “vimanas” de la
tradición hindú, impulsados por mercurio. Si aceptamos este
mundo hipotético como una realidad y no fantasía, Jawa y sus
murallas encajarían perfectamente, pasando a convertirse en
una urbe aliada de las grandes culturas de su momento o una
ciudad libre, tal vez un punto de conexión entre ambas.
El interés en esta época de los diez mil años antes de la
era común ya viene sintiéndose en la cultura popular desde
hace algún tiempo, y concretamente en el 2008 con la
aparición de la película 10,000 a.c de Roland
Emmerich, en la que un cazador de mamuts intenta recobrar a
su amada, secuestrada por los guerreros de una civilización
desconocida, descendida de la Atlántida a juzgar por lo que
sale en la pantalla.
Jawa, en resumidas cuentas, puede corresponder a la historia
de ese “Medio Oriente desconocido” acerca del cual han
escrito tantos autores. El mismo Robert Charroux informaba a
sus lectores en El legado de los dioses que otras
ciudades desconocidas existían en el desierto cerca de Marib,
en la actual Yemen, que correspondian a la época en que
Arabia era una región verde y de buena irrigación. Pero los
desiertos del mundo se mantienen mudos, y el azadón del
arqueólogo muchas veces no consigue hacerlos hablar.
EL AUTOR
ha publicado tres libros y numerosos artículos, en varios
idiomas, en las más importantes revistas especializadas en
ufología y antiguos misterios. Es fundador del Institute of
Hispanic Ufology y editor responsable de Inexplicata.us.
© Scott Corrales, 2008 – Todos los derechos reservados.
Reproducido con permiso expreso del autor
Prohibida su reproducción sin autorización previa del autor
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