Enormes esferas repartidas por todo el mundo y que ninguna
cultura remota reivindicó para sí. ¿De dónde salieron? ¿Por
qué nadie las reclamó para sí? ¿Cuántas esferas de éstas hay
por todo el mundo y dónde están?
Corría el año 1939 cuando la empresa norteamericana United
Fruit Company comenzó a sembrar plantas de banano en el
delta del Diquis, en Costa Rica. Toda la selva tropical
sufrió el exterminio de cientos de especies vegetales y
animales, taladas a golpe de hacha, sierra y tractor, una
demoledora deforestación que dejaría al descubierto los
tesoros arqueológicos de esta zona.
De repente, en medio de la nada, empezaron a florecer unas
extrañas piedras gigantescas totalmente esféricas. Pero no
una ni dos, sino cientos de ellas, ciclópeas, de más de dos
metros de diámetro y con pesos que superaban varias
toneladas.

El patrón de estas excavaciones, George P. Chittenden,
ordenó llevarse algunas de estas esferas, trasladándolas de
lugar. El trabajo de desescombro se hizo tan mal que muchas
de aquellas esferas se partieron, hasta que la arqueóloga
Doris Stone le suplicó a Chittenden que no moviera ni una
más hasta que ella llegara a la zona.
En abril de 1940 alcanzaba la arqueóloga estas fincas.
Sorprendida por el descubrimiento fue incapaz de datar las
esferas ni esclarecer a los artífices de la manufactura de
las mismas. En 1943 publicaría sus observaciones en varias
revistas científicas, argumentando que las piedras debieron
estar acompañadas de esculturas humanas y animales, algo
totalmente incierto. Los aficionados a la astroarqueología
se lamentaron el desplazamiento de las mismas, pues con ello
se perdía la observancia de su posición con respecto al sol
y los planetas y una posible utilidad como calendario
astronómico.
Lo más curioso es que ya la doctora Stone se percató que en
la zona del Diquis no existía el material del que estaban
compuestas las esferas de piedra, a saber granodiorita y
gabros.
Años después, en 1948, otro arqueólogo, Samuel K. Lohtrop,
llega hasta el Diquis, invitado por la doctora Stone. En
1963, el museo Peabody de Cambridge, en Massachussets,
Estados Unidos, propaga el resultado de sus investigaciones
bajo el título “Archeology of the Diquis Delta Costa Rica”.
Y aunque no decía nada sobre quiénes pudieron ser sus
constructores, estipuló cuatro características que le
dotaban de artificialidad, no pudiendo ser naturales. A
saber:
1. La enorme cantidad de esferas que imposibilitan su
casualidad.
2. El enorme tamaño de las mismas y su gran esfericidad.
3. Superficies lijadas.
4. Y conjuntos de esferas que, a veces, se alinean
formando figuras que parecen geométricas.
Lothrop creyó, de forma errónea, que estas esferas de
piedra sólo se podían encontrar en Costa Rica. Y así lo dejo
escrito.
En 1990, el Museo Nacional de Costa Rica, se embarca en el
proyecto “Hombre y ambiente en el Delta del Diquis” para
arrojar luz sobre los constructores de las esferas y
averiguar por qué las crearon. Sus conclusiones fueron que
las enormes piedras fueron obra de una civilización
amerindia desconocida, instalada en el Delta del Diquis
desde tiempos inmemoriales. Según ellos, esta cultura debió
estar sumamente organizada y usaron unas técnicas de
esculpido y pulido muy perfeccionadas, que llevaron varios
siglos. Su fabricación se dio, siempre según el museo
citado, 200 años antes de Cristo, continuándose de forma
ininterrumpida hasta la llegada de los conquistadores
españoles.
Aún hoy en día, los costarricenses lo siguen creyendo.
Durante mi visita a esta zona me confirmaron que en la
escuela se les enseña que las populares esferas debieron ser
obra de los mayas. Y digo yo… ¿y entonces quiénes
construyeron las esferas de piedra de Bosnia o Nueva
Zelanda, entre muchas otras? ¿Los mayas se fueron hasta lo
que hoy conocemos como Bosnia?
Para nuestra desgracia, estas gigantescas esferas de piedra
fueron a parar a los jardines de las familias de más
abolengo, como ornamentos del césped de estas personas
adineradas. Y así se ven en la actualidad en los jardines de
muchos lugares. Por lo visto se convirtieron en un emblema
de poder económico, político y social durante la década de
los 60. Aparte, claro está, algunas de ellas fueron vendidas
a coleccionistas de todo el mundo que las colocaron en sus
mansiones, dejando pocas de ellas en su situación original.

La gran pregunta que uno se formula, a tenor de lo visto,
es ¿cómo los amerindios del Neolítico desarrollaron unas
esferas tan perfectas? ¿Con qué técnica? ¿Con qué
herramientas? A no ser que la respuesta sea tan obvia como
que no fue una civilización precolombina, sino otra
civilización más antigua, de la que nada conocemos, y que
pudo estar emparentada con otras civilizaciones artífices de
las otras esferas de piedra repartidas por todo el mundo.
La siguiente vez que vi esferas de piedra fue en Nueva
Zelanda, en la playa de los Moeraki, al norte de Dunedin y a
40 kilómetros al sur de Oamaru, descubiertas por W.B.D.
Mantell en 1848; y consideradas por los indígenas como
piedras sagradas.

Aquí la versión oficial varía respecto a la de Costa Rica.
Oficialmente estas esferas están compuestas por restos de
calcio cristalizado de un sedimento mineral que se encuentra
en todo el acantilado y que tiene 60 millones de años. La
erosión de las olas ha sido la que ha dejado al descubierto
las paredes verticales de KoeKohe, y por ende, la playa de
los Moeraki, liberando a las piedras de su aprisionamiento.
O sea, vamos, que son obra de la naturaleza.
Lo singular es que estas piedras mostraron que estaban
huecas, que sus interiores son de barro y cieno, y se
cimentaron con una calcita magnética (yo mismo pude colocar
un objeto metálico que se quedó imantado en la roca).
Populares por los polémicos descubrimientos de Semir
Osmanagic en torno a las supuestas pirámides bosnias en el
2005, las esferas que se encuentran en Zavidovici, una
población de la Bosnia central, fueron descubiertas en 1938,
justo un año antes que las de Costa Rica. Por lo visto se
delimitaron por culpa de una tormenta que provocó que el río
de la ciudad se desbordara y abriera un enorme surco en la
montaña, floreciendo las piedras hasta entonces ocultas.
Trasladadas para decorar algunas fuentes del pueblo,
durante mi estancia en Visoko, Bosnia, fui a verlas
personalmente. Después de llegar hasta tan inhóspita zona y
convencer a un fortuito taxista para que me condujera a las
mismas, fueron localizadas, no después de haber tenido que
introducirme en un bosque de minas abandonadas, donde cada
dos por tres tenía que ir soltando bastonazos para no topar
con una de estas minas.
Aquí, la comunidad internacional también se prestó a dar su
propia versión oficial de los hechos. Según los geólogos,
éstas se habrían formado por la fuerza de los ríos desde
altas pendientes, que en su descenso chocan y se friccionan,
provocando esa redondez de las mismas. La exfoliación o
pérdida de capas, aunados con los cambios de temperatura,
habrían provocado que las capas cóncavas se desprendieran,
dejando superficies redondeadas.
Para que lo anterior se dé es necesario que el material sea
volcánico o por cristalización de lava incandescente. El
problema viene cuando no observamos volcanes en esta zona,
ni en ninguno de aquellos lugares donde se encuentran las
esferas de piedra repartidas por el planeta.
Y si ésta no es la solución, ¿cuál es? Otros expertos, ante
este dilema, creen que la naturaleza engendra esferas a
partir de concreciones de calcio y carbonatos a desde un
núcleo mineral que, con el transcurso de las edades, hace
que se adhieran otras partículas, formando capas como las de
una cebolla. Este proceso puede durar varios millones de
años. Vamos, que lo que nos quieren decir es que las capas
se crean solas, pegándose unas a otras como por arte de
magia. Una solución demasiada trillada para ser cierta y
demasiado evasiva de una realidad molesta.
Pero los hallazgos no se limitan a estos lugares, en el
2007 la maquinaría que se estaba usando en construir una
carretera en la provincia china de Hunan, desveló esferas de
piedra por doquier, más altas que una persona.
En Sierra Ameca, México, las hay de entre 60 y 335
centímetros, y también se consideran manufacturadas por obra
de la cristalización de cenizas volcánicas.
En el parque geopaleontológico de Ischigualasto, en
Argentina, declarado como Patrimonio de la Humanidad por la
UNESCO, en el llamado Valle de la Luna, se encontraron
manifestaciones de arte rupestre junto a las populares
esferas de piedra.
Ya en Cartago, fundada por los fenicios a mediados del
siglo IX a.C. se encontraron esferas líticas de pequeño
tamaño, de unos 40 centímetros. Aquí sí que la arqueología
fue unánime, dictando que las piedras son artificiales. Se
les conoce como piedras cañón o piedras de fuego y hay quien
cree que son artificiales porque debieron servir como arma
de las catapultas.
Durante el 2000, un investigador de lo insólito, Jiri
Matekja, dejó constancia de que en la República Checa habían
aparecido las grandes bolas de piedra.
Ya en el 2008, en Onoto, en el condado de Anzoátegui, en
Venezuela, la tierra de los Cumanogotos, volvieron a
observarse bolas de piedra de 2 metros de diámetro.
Descubiertas
durante las excavaciones de una presa en la cuenca del río
Unare, el hallazgo no fue reportado a los arqueólogos del
país, de modo que oficialmente no existen.
En Piauí, Brasil, en la desembocadura del río Paranahyba,
en el estado de Piauhy, el coronel ruso Pavlovich Braghine,
publicó en 1938 un libro donde se menciona la presencia de
las esferas en esta zona, sin saber que ya existían en Costa
Rica.
Algunas de ellas ya no pueden ser halladas, como las que
debieron estar en Cuba, y así constatadas por el
conquistador López de Gomara, en su Historia General,
y que dice así: “Hay una cantera de piedras redondísimas,
que sin repararlas más de cómo las sacan, tiran con ellas
arcabuces y lombardas”. Gonzalo Fernández de Oviedo
también las menciona en su libro sobre la Isla Fernandina:
“Hay un valle en la isla de Cuba que dura cuasi tres leguas
entre dos sierras o montes, el cual está lleno de piedras
redondas, como de lombardas, guijeñas, e de género de piedra
muy fuerte, e redondísimas en tanta manera, que con ningún
artificio se podrían hacer más iguales e redondas, cada una
en el ser que tiene”.
Se cuenta que en la Isla de Pascua también hay cantos
rodados gigantescos, traídos allí por los colonizadores de
las islas Marquesas en el año 600, encabezado por Ariki Hotu
Matu’a, fundando el linaje de las tribus que dominaron Rapa
Nui.
Con todo sigue sin haber una respuesta plausible a este
fenómeno. ¿Son las piedras naturales o artificiales? Caso de
que fueran artificiales, que así lo parecen, quiénes las
crearon o con qué cometido. Digo bien lo de piedras
artificiales, pues si no fueran adulteradas, no hace falta
ser demasiado sabio para darse cuenta de que la lava
solidificada apenas pesa, mientras que la media de estas
enormes esferas de piedra es de 16 toneladas. Además, las
bombas volcánicas, al caer al suelo suelen partirse, y estas
esferas están completas, sin roturas.
Por tanto, sigue quedándonos la duda, ¿quiénes crearon las
esferas de nadie? ¿Y por qué están repartidas por todo el
planeta?
Las cuevas del Toll
El complejo de las cuevas del Toll se encuentra a unos seis
kilómetros de Moià, en dirección a Vic, en Cataluña, por la
carretera N-141-C, y a unos dos kilómetros antes de llegar
al pueblo de Collsupina.
Descubiertas en 1952 se encontraron en las mismas bastantes
restos de la era cuaternaria e indicios de presencia humana
en el Paleolítico medio. Hay restos del Neolítico y de
entierros en este período.
La parte visitable de las cuevas es de 158 metros,
divididos en dos sectores, la galería sur de 108 metros,
ocupada por el hombre prehistórico; y la galería este de 50
metros. O sea, un total de 1.600 metros. Las cuevas son
públicas y gratuitas, y están abiertas durante el día todo
el año.
Hay una cueva del complejo no abierta, llamada la cueva de
las Toixoneras, que se encuentra en estos momentos en
proceso de excavación arqueológica. Lo significativo es que
en esta cueva se han encontrado unas pequeñas esferas de 40
centímetros, que sí parecen diseñadas por el hombre
Neolítico. Las esferas están muy mal pulidas, lo que da una
idea de cuál era la tecnología y las herramientas o
utensilios que debió manejar el hombre prehistórico. Y si
hasta ahí podían llegar, ¿cómo es que oficialmente la
arqueología se empeña en hacernos ver que las enormes
esferas repartidas por todo el mundo y de varias toneladas
de peso son obra de los habitantes del Neolítico?
EL AUTOR
es periodista especializado en nuevas tecnologías y enigmas
de la Historia. Ha colaborado en varias publicaciones
relacionadas con el misterio, tales como Mas Allá,
Año Cero, Primera Línea y Próximo Milenio.
Asimismo, ha trabajado en diversos programas de radio y
participado en numerosos programas de televisión de España.
Su nuevo libro Planeta Insólito invita a un recorrido
por algunos de los lugares más enigmáticos del mundo.
©
Carlos Mesa, 2014 – Todos los derechos reservados
Publicado con autorización expresa del autor
Prohibida su reproducción sin permiso del autor.
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