Los más antiguos mitos y leyendas hablan insistentemente de
amoríos entre los dioses y las mujeres terrestres.
Popularmente, la referencia más conocida es sin duda la de
La Biblia, en Génesis 6,2: “Viendo los hijos de Dios la
hermosura de las hijas de los hombres, tomaron de entre
todas ellas por mujeres las que más les agradaron” (1).
Pero en palabras muy semejantes, podemos leer también en el
apócrifo Libro de Enoch que: “… los ángeles, hijos de los
cielos, las vieron (a las mujeres), y las desearon, y se
dijeron entre ellos: Vamos, escojamos mujeres entre los
hijos de los hombres y engendremos hijos” (2).
Asimismo, en la rica y bien conocida mitología griega se
relatan las aventuras amorosas de aquellos esbeltos dioses
que habrían descendido del Olimpo para escoger mujeres de
entre los mortales humanos; muy especialmente el gran dios
Zeus
que
engendró un incontable número de hijos ilegítimos.
Pero
como los dioses estuvieron surcando los cielos antiguos de
todo el mundo por igual y con el mismo afán, también es
posible encontrar relatos similares en los pueblos
originarios del continente americano, como por ejemplo entre
los indios
Thompson de la Columbia Británica, en Canadá, que cuentan
cómo una vez una mujer casada fue raptada por "la gente del
cielo" desatando
así una infructuosa guerra para rescatarla, la cual culminó
con la derrota y muerte de muchos guerreros y la extinción
de varias especies animales. Y también en Norteamérica, el
tema es bastante común entre los indios Hopi de Arizona, e
involucra a ciertos espíritus mensajeros llamados Kachinas,
que actúan como intermediarios entre los dioses y los
hombres. El autor norteamericano Gary A. David, un verdadero
experto en la cultura Hopi, escribió al respecto: “Un
ejemplo de la rara unión del espíritu mensajero y el Hopi
mortal involucra un kachina anónimo que llevó a una joven
mujer de Oraibi a la Tierra del Pueblo de la Nube. El padre
de la muchacha había muerto recientemente, causando penurias
a la familia. El Pueblo de la Nube había estado al parecer
observándola a ella y a su madre y decidieron que el kachina
debía casarse con ella. Un día la muchacha estaba en los
campos recogiendo flores de calabaza cuando “… ella oyó un
sonido estruendoso, un ruido sibilante como el del viento
que pasa por un lugar pequeño, y se preguntó qué era.” Esto
da a entender alguna clase de mecanismo en lugar de un medio
de transporte orgánico o metafísico. Luego, ella vio el
kachina que se acercaba (…) Él le dijo que deseaba casarse
con ella y que la llevaría a su casa mañana.”
(3).
El kachina y la doncella hopi se encontraron de nuevo a la
mañana siguiente, como habían convenido, y Gary A. David
cuenta como sigue el final de la historia en palabras
textuales de Harold Courlander , que remiten con exactitud
a la narraciones de los Hopi, como ellos mismos las han
transmitido de padres a hijos, de generación a generación;
leemos: “Él la tomó de la mano y caminó con ella sobre la
colina, y ella vio que había algo allí, algo redondo, y
ellos fueron derecho hacia la cosa y entraron en ella. Y
cuando hicieron eso, él hizo algo y hubo un gran estruendo y
pronto se elevaron del suelo. La cosa en la que ellos
estaban parecía estar girando, y salió rápido como un rayo.
Después de un rato él dijo, ‘ Estamos aquí.' Ellos estaban
de nuevo en el suelo y el estruendoso y sibilante sonido se
detuvo. Él la llevó a su pueblo, a su casa. Cuando llegaron
a su casa su madre y su padre estaban muy felices de que él
hubiera encontrado a la muchacha de la que ellos habían
hablado.” (4).
Ahora bien, si
en el marco de la hipótesis del Antiguo Astronauta hemos de
entender que los dioses de nuestros antepasados podrían ser
en realidad visitantes extraterrestres que vinieron a la
Tierra y entablaron contactos de diversa clase con los seres
humanos, las singulares características de ese “redondo”
medio de transporte de la feliz pareja al que alude la vieja
leyenda de los Hopi me exime de mayores comentarios, salvo
subrayar por completo de acuerdo
lo
dicho antes por mi colega y amigo Gary David: “Esto
da a entender alguna clase de mecanismo...”
Referencias del arte rupestre
Sin
embargo, y más allá de todo lo expuesto hasta ahora, si
estas hipotéticas relaciones amorosas entre los
dioses/astronautas y las mujeres terrestres resultaran de
algún modo verosímiles en el mismo sentido expresado en el
300
a.C. por el filósofo griego Euhemero, quien en su “Historia
Sagrada” sostuvo que los mitos eran en realidad disfraces de
la historia verdadera; idea que por su parte también
defendió el eminente historiador de las religiones Mircea
Eliade al decir que “el mito se considera como una
historia sagrada y, por tanto, una “historia verdadera”,
puesto que se refiere siempre a realidades”(5),
servirían como indicios atinentes los registros artísticos
que pudieran dar algún tipo de testimonio visual donde los
dichos adquieran cierta expresión “tangible”.
Y en
tal sentido, me parecen ejemplos valederos las
manifestaciones del milenario arte rupestre que ha servido a
través del tiempo como puente cultural para rescatar del
olvido diversas escenas de la vida del hombre antiguo. Así
pues, presentaré a continuación dos pinturas que, al
parecer, sugieren provocativos escenarios de un posible
contacto entre las mujeres y los dioses…
La
primera, fue descubierta hacia fines del siglo 19 por
J. Bradshaw
en el
río Prince Regent de Kimberley, en el oeste de Australia. Al
respecto, Bradshaw señaló que "… un rostro de perfil
presenta facciones de tipo aguileño muy pronunciadas,
bastante diferentes de los nativos que encontramos. De
hecho, mirando a algunos de los grupos, uno podría
imaginarse a sí mismo viendo las paredes pintadas de un
antiguo templo egipcio.
Estos bocetos parecían ser de gran antigüedad.
"
(6).

Imagen de archivo de
Stuart W. Greenwood.
Por su
parte, con referencia a este mismo dibujo rupestre
australiano, el Dr. Stuart W. Greenwood nos brinda una muy
interesante interpretación, a saber: “Aunque gran parte
de la obra de arte es estilizada, la impresión más fuerte
causada por la escena es la del dominio de la figura de la
izquierda y la relación de las otras figuras y animales con
ella. El artista se ha tomado el trabajo de asociar la
figura dominante con tres notables símbolos en directa
proximidad. Para un estudioso de la hipótesis del Antiguo
Astronauta, los símbolos podrían interpretarse
respectivamente como indicadores de un sistema de órbitas
planetarias alrededor de una estrella, un vehículo en órbita
alrededor de una estrella, y un vehículo con el tren de
aterrizaje desplegado y un penacho de escape. Igualmente
significativo es el hecho de que la figura se muestra usando
lo que parece ser un casco espacial. Teniendo en cuenta las
limitaciones del artista, la combinación de imágenes impone
la impresión de que en la figura dominante está representado
un astronauta de considerable importancia. Y todo esto, que
quede admitido, mucho antes del advenimiento de la moderna
era espacial.
Las
actitudes de las otras figuras son significativas. La figura
barbada con sombrero ceremonial es al parecer un sacerdote.
Se lo ve persuadiendo a dos mujeres para asistir al
astronauta, frente al cual ellas parecen estar reaccionando
con cierta aprensión. La serpiente en el fondo junto con el
canguro y la mujer en primer plano se muestran en paz
apartándose de la escena. Todo es compatible con la
sugerencia de que el astronauta no sólo es un ser humano
sino un tipo especial de ser humano. Pertenece a la
categoría identificada en los mitos antiguos como dioses.”
(7).
La segunda imagen que pongo a consideración muestra a mi
entender una escena muy semejante a la vista, e idéntica por
completo en sustancia. Fue descubierta, en 1976, en Tassili,
Argelia, por una expedición española integrada por J.
Blaschke, R. Brancas y J. Martínez, quienes para describir
su hallazgo dijeron: “A la izquierda podemos apreciar una
figura humana que parece arrastrar a un grupo de mujeres,
sin demasiada violencia, hacia un objeto circular. Este
objeto se asemeja a una entrada o abertura, y de ella surgen
difusos destellos. De la cintura del hombre parte una
especie de cordón que parece dirigirse hacia el interior del
objeto redondo…” (8).

“¿Se trata de un ser extraterrestre intentando conducir a
cuatro mujeres a su vehículo espacial?”,
se preguntan acto seguido los expedicionarios españoles, y
agregan más adelante: “¿Cuál era el significado de esta
escena? ¿La entrega de una novia a un ser extraterrestre?”
(8).
A mi juicio, tales interrogantes parecen ser desde luego
atendibles, muy especialmente en un contexto de imágenes tan
provocativas como las que abundan en Tassili, donde la
extraña apariencia de los seres denominados “cabezas
redondas” nos permite evocar la típica vestimenta de los
astronautas. De hecho, ya en 1956, es decir veinte años
antes de la llegada de la expedición española antes
mencionada,
el
reconocido etnólogo y arqueólogo francés Henri Lhote
encontró, entre muchas otras figuras enigmáticas, la
de un enorme ser de más de 6 metros de altura, al cual le
dio el sugestivo nombre de “El Gran Dios Marciano”. Lhote lo
describió así: “El perfil es simple, y la cabeza redonda
y sin más detalles que un doble óvalo en mitad de la cara,
recuerda la imagen que comúnmente nos forjamos de un ser de
otro planeta. ¡Los marcianos! ¡Qué título para un reportaje
y qué anticipación! Pues si seres extraterrestres pusieron
alguna vez pie en el Sahara, hubo de ser hace muchísimos
siglos ya que las pinturas de esos personajes de cabeza
redonda del Tassili cuentan, por lo que colegimos, entre las
más antiguas.” (9).
En conclusión…
Viendo
las cosas así, de dos en dos, y parafraseando más o menos al
personaje de Gil Grissom en “CSI Las Vegas”, entiendo que lo
que se presenta una vez puede ser casualidad, pero cuando lo
hace ya dos veces es una sospechosa coincidencia. Y por
consiguiente, podría considerarse aceptable sostener como
hipótesis preliminar que la similitud entre ambas imágenes
aquí mostradas corresponde a un tema común y recurrente que
habría trascendido de la palabra a lo pictórico, como
indicio de su pretérita realidad.
Claro
está que quienquiera es libre de desarrollar una
interpretación individual diferente, porque en definitiva la
reconstrucción de nuestro más lejano pasado es muchas veces
el resultado de subjetivas apreciaciones, y con opiniones
encontradas. Sin embargo, los hechos a partir de los cuales
podemos especular y teorizar son los mismos para todos,
como, por ejemplo, el hecho de que
muy antiguos mitos y leyendas y textos sagrados hablan de la
unión carnal entre mujeres y dioses, y la existencia
documentada de al menos dos pinturas rupestres que
representan a figuras femeninas junto a extraños personajes…
Para pensar al respecto,
sería
oportuno recordar ahora las acertadas palabras del
prestigioso escritor británico Isaac Asimov: “Negar un
hecho es lo más fácil del mundo. Mucha gente lo hace, pero
el hecho sigue siendo un hecho”
Referencias
1-
Sagrada Biblia - Editorial Herder, Barcelona, 1970.
2-
El Libro de Enoch - Editorial 7 ½, Barcelona, 1979.
3-
Gary A. David, “Escudos
voladores de los Hopi sobre Arizona” -
www.antiguosastronautas.com
4-
Harold Courlander, “Hopi Voices: Recollections,
Traditions, and Narratives of the Hopi Indians” -
Albuquerque: University of New Mexico Press, 1982, pp.
200-202.
5-
Mircea Eliade, “Mito y Realidad” – Editorial Labor,
Barcelona, 1968.
6-
J. Bradshaw, “Notes on a Recent Trip to Prince
Regent’s River”, Transactions of the Royal Geographic
Society of Victoria, Vol. IX, part 2, 1892, pp. 90-103.
7-
Stuart W. Greenwood, “Una
evocadora pintura rupestre” –
www.antiguosastronautas.com
8-
J. Blaschke, R. Brancas, J.Martínez, “Los dioses de
Tassili”- Ediciones Martínez Roca,Barcelona, 1978
9-
Henri Lhote, “Hacia el descubrimiento de los frescos de
Tasili” – Ediciones Destino, Barcelona, 1961.
EL AUTOR
es periodista versado en ciencia y fue coordinador
documental de la revista Cuarta Dimensión, jefe de redacción
de otras publicaciones especializadas y actualmente es el
editor de antiguosastronautas.com. Desde 1980 ha publicado
gran número de artículos referidos a la hipótesis de las
paleovisitas extraterrestres.
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