Pocas semanas antes de acabar 1999, Robert Bauval
publicó su libro más osado. Internacionalmente conocido por su
teoría de que las grandes pirámides de la meseta de Gizeh se
levantaron para imitar el llamado cinturón de la constelación
de Orión, su nueva obra, Secret Chamber
(Traducción: "La cámara secreta". Ed. Oberon, 2001),
trata de responder a la duda más obvia que plantea su teoría:
por qué. Para Bauval, las pirámides no se erigieron sólo para
imitar la "el Duat", la puerta al más allá que los faraones
situaban en Orión, si no que tras ello se esconde una poderosa
magia -"no de concejo y chistera", puntualiza, "sino alquímica
y subliminal"- cuya influencia todavía se deja sentir en
nuestros días. Una magia que, si no fuera por la meticulosidad
con la que mide sus palabras al hablar de Egipto, muchos
interpretarían como diseñada en otro mundo.
El piramidión del milenio
Secret Chamber se inicia con una serie de reflexiones
sobre lo que pudo significar la colocación de una estructura
cónica de dos toneladas sobre la cima de la Gran Pirámide de
Gizeh, el pasado 31 de diciembre (año 2000). Las autoridades
egipcias pretendían conmemorar así la entrada en el tercer
milenio de la Era Cristiana (!), pero se encontraron con una
fuerte oposición islámica. Aquella pirámide de oro con la que
se quería celebrar la nochevieja recordaba poderosamente el
Sello de los Estados Unidos (el del billete de dólar) y tenía
una clara lectura masónica e incluso, aún peor, criptojudía.
- En realidad, no es nada de eso -se apresuró a aclararnos
Robert Bauval-. Sabemos que las pirámides se coronaban con
piezas así en la antigüedad, y su existencia ha sido muy
estudiada por los egiptólogos. De hecho, para algunos, las
pirámides eran meros pódiums para aquellas piezas que recogían
el alma del faraón y se la llevaban simbólicamente al más
allá.
- ¿Tiene eso alguna base?
- Los orígenes de esa piedra-vehículo están relacionados, sin
duda, con el Ben-Ben, una reliquia secreta que se conservaba
en la ciudad de Heliópolis, y que los textos insinúan era de
origen extraterrestre. Algunos dibujos la muestran como una
pirámide o cono y la vinculan al mito del Fénix. Es el símbolo
del nacimiento de la humanidad, de la creación, y
creemos, por cómo fue descrito, que pudo tratarse de un
meteorito.
- ¿Y qué función cumplía?
- Servía a un complejo culto estelar. En el piramidión de
Amenemhat III, conservado en el Museo de El Cairo, los
jeroglíficos que aparecen sobre él hablan del espíritu del rey
marchando hacia Orión. Los llamados Textos de las Pirámides
describen ese espíritu como hecho de hierro. Sus huesos,
dicen, son de metal y su carne de oro. Si aceptamos que el Ben-Ben
era un meteorito, el mito podría entenderse así: sus huesos de
hierro son una metáfora de su estructura, mientras que la
carne de oro hace alusión al momento en que se enciende al
entrar en la atmósfera, y da una apariencia dorada.
- Entonces, ¿para qué se usaban las pirámides?
- Yo creo que, en definitiva, eran "instrumentos rituales"
para convertir al faraón muerto en un ser espiritual. Pero
no se trata de tumbas. El piramidión que las coronaba ayudaba
a conectar al faraón con la materia de las estrellas y a
convertirse él mismo en una de ellas. Mi idea es que los ritos
que se practicaban en su interior duraban mucho tiempo. Y eso
lo aceptan incluso algunos egiptólogos, que suponen que se
extendían durante nueve meses, el plazo de gestación de un
humano. Eso puede verse en unas inscripciones de la princesa
Meresank, hija de Keops, en las que se lee que sus funerales
se extendieron durante 273 días, ¡nueve meses! Probablemente,
imaginaban que la momia era una especie de feto que pasaba por
todas sus fases de gestación antes de revivir. Además, es
fácil identificar ese tiempo con el movimiento de Sirio, que
nace en el solsticio de verano sobre el horizonte, y muere
nueve meses después, en el equinoccio de otoño. En esos meses
se alineaba con el eje norte-sur del cielo y con ciertos
corredores de la Gran Pirámide.
- Eso es magia. Es querer canalizar la "fuerza" de ciertos
fenómenos de la naturaleza para fines específicos.
- Exacto. De hecho, el control de Sirio, el culto al Ben-Ben,
el símbolo del piramidión colocado sobre la Gran Pirámide...
Todo eso forma parte de una gama de poderosos mensajes
iconográficos, como los que hoy emplea la publicidad, y que
los antiguos egipcios promovieron. En nuestros días hacemos
tal o cual cosa, compramos tal o cual producto, gracias a
mensajes cifrados en la publicidad. Los símbolos del pasado
eran los "spots" de entonces y condicionaban el comportamiento
de nuestros antepasados. No
obstante, el diseño de esos símbolos creo que los hace
funcionar todavía hoy.
- ¿Habla de ello en Secret Chamber?
- De eso y de cómo los egipcios entendían su magia. Es un
segundo nivel de investigación que tiene que ver con el
propósito final de la correlación de las pirámides con Orión,
y con la verdadera religión egipcia, cuyo sentido último se
nos viene escapando desde hace dos siglos.
- ¿Cómo podríamos salir de dudas sobre el "funcionamiento" de
esa religión mágica?
- Fácil. Si se hallara la cámara de los archivos de las que
hablan algunas profecías -no sólo las del vidente americano
Edgar Cayce, si no incluso antiguos textos egipcios-. Cierta
tradición vinculada a Hermes habla de unos libros donde se
explica este conocimiento, y esa tradición llegó a Europa
antes del Renacimiento, se aceptó, pero se cortocircuitó con
la muerte de Giordano Bruno. Aún con todo, la idea profunda de
la tradición hermética es la búsqueda del conocimiento. Cada
vez que dejamos de hacernos las grandes preguntas -¿quiénes
somos? ¿de dónde venimos? ¿a dónde vamos?- es cuando estamos
fuera del Camino Hermético. Y eso es peligroso, porque
entonces la vida pierde sentido.
- ¿No teme que después de sus libros anteriores -El
misterio de Orión y Guardián del Génesis-, muy
ajustados a cálculos científicos y astronómicos, este libro
pueda...?
- ¿...Desconcertar a mis lectores? -sonríe-. En absoluto.
Haber utilizado una aproximación científica para estudiar las
pirámides es sólo la llave para abrir ciertas puertas. Pero
buscar sólo la llave es estúpido. Hay que averiguar qué hay
detrás de la puerta. Así pues, la teoría de la correlación de
Orión, el alineamiento de las pirámides, los análisis... no
son más que llaves. Los hombres que diseñaron las pirámides
fueron magos. Usaron la ciencia como herramienta, no como
guía. Nuestro riesgo es creer que la Luz es nuestra propia
linterna, y no buscar respuestas a las dudas metafísicas. Para
resolverlas hay que recurrir a la forma en que los egipcios
veían la vida: ellos pensaban con el corazón y sentían con
el cerebro. Nosotros lo hacemos justo al revés.
EL AUTOR
es periodista
y escritor. Fue uno de los fundadores de la revista Año
Cero y director de la publicación mensual Más Allá de
la Ciencia. Ha
publicado hasta el momento siete libros, el último titulado
La Cena Secreta.
© Javier Sierra – Derechos reservados
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